El amor por la naturaleza, el valor de la familia y el compromiso con el territorio es el motor de Vinyes Domènech, la creación de Joan Ignasi Domènech con su mujer y sus dos hijos. Viajamos al Montsant para descubrir la magia del vino Teixar y de la variedad garnacha peluda.
Glòria Vallès
Sintiendo el paisaje y con las emociones a flor de piel. Así empieza la cata Vinyes Domènech que conmemora los 20 años de su vino Teixar, la garnacha peluda que ha marcado un antes y un después en la evolución de esta variedad. «Teixar ha sido uno de los primeros grandes vinos de garnacha en nuestro país» sentencia Ferran Centelles, crítico de vinos de Jancis Robinson en España.
La puesta en escena de esta cata de vinos histórica, en la que se han degustado ocho añadas distintas de Teixar, ha sido excepcional. Convocados a mediodía en el Jardín Botánico de Barcelona, para llegar hasta la sala de cata debíamos caminar entre el bosque y las especies botánicas que aquí se cultivan. La antesala de lo que Joan Ignasi Domènech y familia quería explicar: «Somos grandes amantes del patrimonio vitivinícola, creemos en la biodiversidad y la influencia de las especies vegetales y los microorganismos».
Tras la bienvenida y las introducciones correspondientes en una sala oscurecida por las cortinas laterales, sonaba «Boig per tu» de Pep Sala, con el cantante presente. Al son de la música, las cortinas se abrían y podíamos observar, a través de los grandes ventanales, los jardines del Jardí Botànic, Barcelona y Tibidabo al fondo.
La historia de la garnacha en Vinyes Domènech
Explicaba Pedro Ballesteros MW que Vinyes Domènech rompió con la idea anterior que existía sobre los vinos de la región: había que mejorar las variedades locales de Priorat y Montsant con otras variedades internacionales como la Cabernet Sauvignon. La familia Domènech apostó, desde el primer momento, por una variedad que antes prácticamente se descartaba. «Ahora está de moda, pero cuando empezamos con vinos monovarietales de garnacha, había muy pocos», explicaba Joan Ignasi Domènech.
Cata vertical, año a año
La cata empieza con la añada 2004, en la que la influencia de la madera está muy presente. En las siguientes veremos una evolución hacia una expresión mucho más ligera y frutal. «Hemos elegido las añadas míticas de Vinyes Domènech, las que nos permiten explicar la esencia de este vino», decía Ferran Centelles.
Siguiendo por orden cronológico, «el 2006 es una obra de arte, en aquella época la garnacha no tenía la finura de ahora» comentaba Joan Carles Ibáñez, sumiller de Lasarte.
Centelles se refería a la añada 2007 describiéndola así: «mucha fruta, mucha flor seca, sus taninos son golosos y destaca un sotobosque que empieza a asomar pero no molesta».
Esta fue la primera añada en la que el cambio climático empezaba a hacerse presente, y desde entonces el impacto del nuevo clima es una constante. Años más secos, climatología extrema y mucha preocupación.
El 2008 es un vino más fluido que los anteriores, mientras que 2009 fue un año demasiado cálido y no se ha incluido en esta cata vertical.
«El 2010 nos rompió los esquemas, veníamos de años donde los aromas terciarios no estaban tan marcados, y llegamos a una añada muy de tierra, con aromas terciarios más destacados» explica Ferran Centelles y complementa Pedro Ballesteros MW: «Un vino muy austero, serio y con una punta tánica que no esperábamos en una garnacha».
Los últimos tres vinos de esta cata vertical de Teixar son 2011, 2015, 2019 y demuestran que a pesar de la climatología cálida, un buen trabajo en bodega puede preservar la juventud de la garnacha.
En 2015, año en que Teixar recibe la distinción de Vi de Finca Qualificada, disfrutamos de un nuevo perfil de vino, que Joan Ignasi explica por el cambio de enfoque gracias a su estudio de la microbiología.
El nuevo Teixar nace en 2019
A partir de 2019, la fluidez de Teixar se establece ya como un nuevo estilo. El 2019 es un vino que «habla mucho del futuro, es estimulante, irreverente, demuestra una sabiduría de unos años vividos… y de una actitud del entorno, del paisaje y de la vida. Es el más energético de todos los vinos catados y es el que me ha parecido una joya. Es un canto a la vida» concluía Josep ‘Pitu’ Roca, de Celler de Can Roca.
Beber vino es proteger el paisaje
El patrimonio vitivinícola y la biodiversidad son parte de la riqueza natural de un país. El amor y la dedicación con la que la familia Domènech cuidan y defienden el territorio, a pesar de todas las dificultades que supone el cambio climático, la burocracia asociada a las actividades agrícolas, y los grandes retos que plantea el mercado, son el resultado de una convicción profunda y auténtica.
Si queremos un mundo verde y ecológicamente sano, apoyar el trabajo de esta y tantísimas familias que cuidan el territorio y lo preservan para las futuras generaciones es casi una obligación. «Lo más grande del vino no está en los suelos sino en las personas, las personas que los hacen y las personas que nos los bebemos. No es el terroir que hace el vino, sino el amor, el espíritu y las ganas de vivir» son palabras de Pedro Ballesteros MW que encajan muy bien aquí.
Porque Vinyes Domènech está sustentada sobre unos valores de familia, sostenibilidad, biodiversidad y calidad. Sin duda Rita, la esencia femenina de la familia, lo transmite muy bien: «Lo único que hemos hecho es cuidar la tierra y dar amor al viñedo».
